Eres el visitante


sábado, 5 de febrero de 2011

Carta numero 7 a un lector que no leerá.


CON LA ACTUACIÓN ESPECIAL DEL TOPO Y EL FANTASMA.


La luz salía tímida tras los edificios del frente. El sol duerme en la terraza del vecino. la nube rosa escupe el frio santo que manosea mis piernas al salir de la ducha matutina. La toalla tiesa me regaña y me exige volver a la cama -el abdomen hace mala cara-.

El tap-tap del péndulo dorado y circular, saluda al mundo negando cualquier pregunta que se hace sobre el tiempo, mientras se le mira levitar en su espacio rectangular.

Hoy salí muy temprano de casa. Un noticiero mañanero gesticula para callar el rugir del motor del bus envejecido. El sol ha corrido a esconderse tras de un monte de nubes que están asombrosamente bajas esta mañana. Los cerros no tienen permiso de salir a rodarse por los toboganes del parque. Cantan haciendo frasecillas…

“Porque el parque pierde parientes, pudiese hacerse padre, pero no hay hijos capaces de querer queriendo, queriendo querer” y “huelo a cerveza, sabo a guaro, voy llegando a clase y me siento barato”…

Dos minutos más y, Hay una sopa cocinada en una montaña rusa. Condimentos, saborizantes y aliños sacados del mundo del ya pasó. La olla, tiene grabada la marca presente, en donde el tizne empieza a cubrirle la juventud y a rasgarle la desnudez del diario.

Medio día de mi día. Casi no queda Luz. Salgo de casa con 5 pesos que encontré en la mesa de la sala de estar. Compré cigarrillos, flores amarillas, naranjas y dos presas de pollo.

Puse la mesa con un mantel tejido por las manos de mi abuela, la difunta, una botella con agua y los 3 claveles de mercado. Discutí mientras organizaba el menú gourmet, lejanía, un debate sobre mi cabeza, sobre el tap-tap del reloj y el tic -tac de un hasta luego, de promesas sin cumplir y de rechazo a lo verídico. Nadie ganó. Son batallas a cachetadas entre un topo y un fantasma. Aun no sé cual soy.

La ceniza cae sobre el piso de madera y mis medias de maya se pegan a los muslos como niño al tetero. El tap-tap del insulso baile del tiempo, es cada vez más insoportable y el pollo está listo para servirse en la plancha de metal en la que se mastica cada hueso, cada ligamento, cada cuero de este animal muerto que me sirve sólo para darme más vida, aunque sin significarla. Adobado, cubierto de salsa, está más en mi.

Un disco de acetato empieza a perseguirse la cola en la victrola. Las velas aromáticas condensan el ambiente que parto con una cuchillada clavada en el punto de perspectiva. No hay oportunidades, pero si ombligos de fuga. Las presas de este sacrificio, aletean en la olla, en el plato, ensartadas en el tenedor, palpitan y sangran.

Es una bella cena a sólas. Vino rojo, comida viva, tangos llorones y un invitado que no fue enterado. Todo es perfecto. Servido.

Trece minutos más. Los ratones salen a comerse mis pies, la oleada de mariposas entra por el minutero. Al parecer, este dolor físico confundido entre alegría y nostalgia, es solo el darse cuenta de que amaneció otra vez.


*

Tal vez, sería adecuado enviarme una dirección para enviar estas cartas que jamás se han leído.