Modo 1.
Motivos para ser una zorra ante alguien popularmente estúpido.
Primero: Tener sentido olfativo normal e identificar los fétidos olores que sus hijos, de los cuales no sabe ni usted, ni su familia, ni mucho menos yo; cuál será el padre.
- Zorra!
…Veamos, Segundo:
Tener la capacidad argumentativa para, por lo menos intentar, hacerle ver que su falta de respeto a las normas mínimas de salubridad y sentido común en sociedad le está abandonando. Claro, evidentemente usted no tuvo tiene ni tendrá – no el dinero- sino la intensión de salir del hoyo oscuro en que su señor Jesucristo le dejó sumida a costa de alguna redención eterna.
- Zorra!
Está bien.
No he logrado cosa alguna, puedo seguir hasta que me de un infarto cerebral o usted consiga el órgano donde pueda sufrir uno de estos ataques.
- Zorra, se nota que es una zorra!
Mi señora. Le trato de decir que es usted la puta zorra.
Modo 2.
Sentir que el smock de la ciudad lo atraca, lo empuja y lo machuca en el pulgar a uno.
Calle 53 a la altura de la carrera 10ma, Bogotá.
Ciudad grosera.
Paradero de bus y mucha gente caminando.
Polvo mugre canecas de basura vacías, andenes congestionados de relojes de cinco pesos para medir el tiempo barato del pueblo cobarde y ramplón.
Hermosa y dichosamente tropezón.
De nada en nada, de error en error.
Catastróficamente alegre y carnavalero. Regodiento.
- Zorra!
A veces algo parece ser un presentimiento y otras solo la seguridad de conocer el sector donde la muerte y la depravación, como en mi cabeza, habitan día noche, lugares en los que no se debe esperar transporte, con dinero a la vista ni intensiones de regresar.
- La maldita zorra me roba! Y dice:
“ Deme la plata, o ¿se va a hacer chuzar por eso?
Muestra un pedazo de vidrio cortado por las buenas intensiones del reciclaje, puntudo y afilado, como para sacar dos bellas tajadas de mi hígado.
¡Pero lo necesito! Para perder la cabeza.
- Zorra! Con licor! Ciudad de Troya!
Modo 3.
- La Zorra ciudad me abre una ventana para ser gente.
La desenfrenada irá de amar a un ser vivo tan humano como le es posible.
La forma de perder la cabeza, finalmente, para evadir las porquerías de estar vivo en medio de esta masa perdedora y maliciosa, para olvidarlo, ignorarlo y ridiculizarlo ante la agradable indigencia de estar a los pies de un imperfecto y por tanto ideal hombre, tan de carne y hueso, tan de viento y alma.