Eres el visitante


sábado, 15 de enero de 2011

MATAR EL TIEMPO


Cielo oscuro donde centellean coquetas las estrellas.

Me siento feliz de compartirte un cigarrillo, veo tus nubes rosadas graciosamente esparcidas sobre los techos del barrio.

Adoro la soledad a la que mi invitas, y disfrutar en ella la calma de no tener que trabajar por la comida que me da mi madre, pero bendiciéndote por hacer el reposo lejos de ella.

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El taconeo de las secretarias al llegar a casa, cargadas de bolsas con comida, para sus hijos sin padre, distrae el manjar esponjoso de esta soledad callada que adoro.

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Las estrellas se mueven de a dos centímetros y chocan con el infinito cielo oscuro, como un muñeco de cuerda contra la pared, como mi alma contra la memoria.

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Una vez más recito al dador de la contemplación de la nada, cuando yo también amo la soledad pasiva de las noches de ciudad.

Una capital llena de gente soñadora y unos pocos mezquinos que tiznan tu fama como la de una oportunista.

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Las putas y los abogados de litigio de medio pelo, cruzan monedas por vino y marihuana.

Los galantes, habitantes de la calle, duermen placidos en cualquier pestaña -que abres para mirarnos con indiferencia- de tus altos edificios de cemento. Dormidos y agradecidos por el ladrillo rojo que les dejan raspar de las casas estrato cinco.

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Yo me quedo aquí, contemplándote, en una banca de parque no lejos de mí casa.

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Muchos insomnes me acompañan a distancia, guardados en cubitos de colores con camas más o menos blandas, mirando la ciudad sin verse, viéndose sin mirar la ciudad, ambas acciones inapareables. Pero si dan hijos, Todos con número de identidad, añorando una cuenta en algún fondo común o pirámide faraónica.

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La leche hirviente en la estufa es el momento más excitante que encontré.

La emoción predecible, del subir espeso del líquido, me infunde pasión y alegría.

Veo la simplicidad de la primera ley, Causa efecto y reacción.

Mi gato blanco como la leche se refriega entre mis pantorrillas buscando calor, no encuentra más que unos pies descalzos abrazados al pavimento.

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Amo estar afuera.

Gusto saber que hago esperar a quien me espera, a quien necesito tanto, sin sentirlo de verdad, porque limita mi catarsis de culpa, mi vegetarianismo causado por la carne viva, y el olor a sudor que acompaña los domingos.

Me recuesto y sólo quiero ver este manto de algodones rosas, besar el pasto con los pies y prender otro cigarrillo.

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Recuerdo el pez que ayudé a morir hoy. Su cuerpo se llenó de hongos en el agua turbia del acuario que mi hermano olvidó lavar.

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La cola comida por su compañero de celda le impedía nadar.

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Ayudarle a morir no fue más que un acto piadoso que logré con una piedra y fuerza sobre la pequeña cabeza. Crujió.

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Así pasan los días de enero, sin la euforia de diciembre nacido en licores ni la resistencia de un Febrero para empezar el trabajo.

Un día de lectura en un parque, con zancudos rondando, Perros defecando y paseando a sus amos, y la sensación de QUERER MATAR EL TIEMPO!!